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El Archivo a treinta años de distancia*

—Martha Rodríguez García

¿Qué fue lo que sucedió hace 30 años?

Platicaré la historia del Archivo. Me remonto a aquellos primeros tres años de mi trabajo en el Archivo Municipal de Saltillo. Este archivo ha atestiguado nuestras transformaciones a lo largo de 400 años. Primero quiero definir la noción de archivo para situarnos en el tema. De acuerdo a Jacques Derrida, la palabra archivo deriva del griego “arkheion”, que significa “una casa, un domicilio, una dirección. La residencia de los magistrados superiores, los que mandaban”. En este lugar es donde se depositan los documentos oficiales, públicamente reconocidos. El archivo no sólo es un lugar físico de depósito, sino también un lugar donde se clasifica, ordena y cataloga, con el propósito de transformar el documento para que tenga utilidad.

 

La historia de los archivos siempre ha sido azarosa. Hacia 1792 el virrey Revillagigedo creó una institución que recopilara los documentos dispersos en las diversas dependencias de gobierno. Ése fue el Archivo General de la Nación. En ese entonces, la Nueva España logró emitir por primera vez una cédula en donde se dice que todos los documentos que andan rodando por todas partes se tienen que agrupar en un sólo punto y ahí nace el Archivo General de la Nación.

 

Años antes, hacia 1764, se emitió una real cédula dirigida a los virreyes, gobernadores y oficiales de los reinos de las Indias, que decía:

 

Siendo repetidos los casos en que algunos individuos han extraído papeles y documentos de los archivos y oficinas donde debían de existir, llevada a la facilidad con los que los venden por la actual carestía de papel a bizcocheros, coheteros, boticarios, tenderos y otros para el fin de consumirlos en los usos de sus oficios, sin advertir los perjuicios que le ocasionan al público, he mandado, por decreto del 4 del corriente, que para cortar del modo posible el pernicioso desorden se cele con la mayor vigilancia por los señores alcaldes de la corte, jueces ordinarios y alcaldes de barrios, que ninguno compre escritos en papel sellado, legajos de escrituras, ni libros de caja, quedando únicamente al arbitrio del comprador hacerlo libremente de bulas de los bienes pasados, planas de muchachos de escuela, sobrescritos y otros impresos y papeles que de ningún modo puedan contener asunto de interés y de cuya venta pueda seguirse perjuicio…

 

Eso hace más de 200 años y seguimos pensando que todo papel que no es oficial, que no habla de un héroe nacional, es un papel que no está en el Archivo. Permítanme decirles lo contrario. En los archivos se habla de muchos asuntos de la vida cotidiana, de nosotros, de nuestros antepasados. Están junto con los de Benito Juárez y los de la Constitución del 17. Se catalogan e identifican de la misma manera.

   

Hacia 1801 se emitió otra orden:

 

En cumplimiento del decreto se establece el método y orden para custodia, orden y conservación del archivo, que implica la separación de los legajos con una relación que indica por letras iniciales su materia, el año y su colocación en una de las papeleras en la misma pieza en la que está el oficio, pues no hay otro. Se pone orden según el tipo de clase del documento, al referirse a los expedientes secretos se recomienda se archiven en una alacena con su llave y de ahí no se sacan.

 

Un siglo más tarde, los registros e inventarios que encontramos resguardados en el Archivo Municipal de Saltillo nos hablan de la forma en la que se entendía el trabajo del archivo y los documentos. Los documentos se amarraban en paquetes, se hacían carpetas y legajos y se redactaba una breve descripción del documento respetando la cronología y procedencia.

 

A manera de ejemplo, les cito lo siguiente: los libros sobre inventarios son libros hermosos. Son algunos de los que nos encontramos cuando empezamos a trabajar en el Archivo. Los archivistas anteriores hicieron un trabajo extraordinario. Aplicaron una técnica diferente a lo que hicimos nosotros y a lo que se hace hoy. Son como 10 ó 12 tomos con registros sumamente minuciosos en sus documentos. En esos registros ustedes pueden darse cuenta que los asuntos que siguen entre nosotros son los mismos, sólo que ahora la manera, el contexto y el tiempo son distintos.

 

En 1896, encontramos que se sanciona a los reos Manuel Barraza y Jesús Soto por el delito de robo. Se les condena a dos años de prisión, a multa de 21 pesos, además de la inhabilitación de diez años para obtener toda clase de honores, cargos o empleos públicos. En 1921, se dice que Paula Vázquez busca a su hijo de Múzquiz y otra mujer solicita exención de contribuciones; en 1951, se solicitaba que los braceros no abandonaran sus trabajos, porque muchas mujeres se quedaban sin el esposo; que no se cambiara a las autoridades y que, por favor, se clausuraran las cantinas; particularmente, que no se abriera la del Ojo de Agua.

 

El Archivo en 1983 y 1984

En aquellos años el proyecto se tituló: “Reorganización, clasificación y catalogación del Archivo Municipal de Saltillo”. Es un nombre que ahorita lo veo muy técnico, que obedece a una época. Estábamos en un mundo en que la técnica era lo que considerábamos más importante. Imagínense lo que significaban los tres conceptos: “reorganizar, clasificar y catalogar”.

 

El Archivo Municipal de Saltillo estaba en el segundo piso del edificio de la Presidencia Municipal, en seguida de la Secretaría del Ayuntamiento, porque éramos su brazo armado; a unos pasos del alcalde, a quien teníamos que estarle pasando información. El Archivo disponía de 40 metros cuadrados. Ahí estaba el Acervo Histórico, los escritorios, los anaqueles, las cajas, los documentos y la gente trabajando.

 

Cuando abrí la puerta del Archivo había unas sillas, unas escaleras rotas y un escritorio sin patas. Lo más grandioso de nuestro espacio era una ventana que daba cuenta de lo que sucedía en la calle. Ése era el privilegio. Los documentos estaban envueltos en papel amarillo, amarrados con un cordón de ixtle, que a mí me aterraba, porque cuando se estiraba de más, el cordón podía romper las orillas de los documentos. Nos encontramos unos meses después otros libros de Tesorería que databan de fines del siglo xix y principios del xx. El personal era sólo el señor Ildefonso Dávila del Bosque, que estuvo en el Archivo Municipal hasta su jubilación. Él fue un archivista con una verdadera pasión y vocación.

 

Yo tengo el registro de los usuarios. Había investigadores de casa que buscaban aquellos documentos considerados como más importantes y me preguntaban por los mismos; documentos que el señor Dávila y yo les entregábamos. A los investigadores les gustaba trabajar los hechos tal como sucedieron y siempre sorprendernos con un dato nuevo. Ese tipo de investigadores entraban al Archivo muy esporádicamente, algunos eran foráneos. Había un investigador de Chicago y otros que consultaban algún tema de manera exhaustiva y le daban crédito a las fuentes. Recuerdo otro investigador de Austin, Texas, que tiene un nombre meramente tejano: Jack Jackson. Él produjo una cantidad importante de investigaciones y siempre dio cuenta de que había trabajado en el Archivo Municipal de Saltillo.

 

Los funcionarios no solicitaban documentos, sólo ocasionalmente o cuando se suscitaba una emergencia o había un pleito en la Secretaría del Ayuntamiento. Yo salía corriendo con un libro de actas de tal cosa y a través de él podíamos determinar qué grupo tenía la razón. El secretario del Ayuntamiento era don Antonio Flores Melo, quien era mi jefe directo, y el alcalde era Mario Eulalio Gutiérrez. El secretario particular del alcalde, Francisco Aguirre, era quien continuamente nos pedía la información.

 

Nuestro propósito era organizar, clasificar y catalogar. ¿Con qué objetivo? Catalogar los fondos documentales para darlos a conocer a la comunidad, evitar su pérdida y facilitar su investigación: abrirlo a la comunidad, dar cuenta, informar, incorporar a la gente; que supieran que era su archivo, no de alguna autoridad en particular. Estaba en el aire lo que más tarde iba a ser la ley de transparencia.

 

Nos interesaba muchísimo impulsar en niños y adolescentes un nuevo tipo de historia: la no oficial y regional. Sigo asumiendo a la historia oficial como una historia que ya no ofrece respuestas a la sociedad contemporánea; entendida como la historia que rebasaba por mucho el mundo de la política; junto con esa manera, hay múltiples formas de poder entender a la sociedad contemporánea, a través de preguntas que no necesariamente se plantea la gente de poder. Lo regional en ese momento me parecía pertinente, ahora considero que toda historia es buena; no hay divisiones; no hay ámbito nacional o regional.

 

Otro propósito era que el Archivo sirviera a la comunidad para que mediante el conocimiento de sus raíces lograra reafirmar su identidad. A pesar de que la gente no lo consulta todos los días, lo hacen especialistas. Es importante que los saltillenses que habita el municipio sepan que existe un Archivo que ellos mismos han generado.

 

Una idea que estaba muy en boga en esa época era fortalecer los archivos municipales: yo tenía un pleito casado con el centralismo. El Archivo General de la Nación decía una cosa y yo me levantaba en armas, diciéndoles que no éramos un AGN chiquito. Discutí con la Federación defendiendo los lineamientos del Archivo Municipal de Saltillo que obedecían a su propia problemática.

 

Los primeros pasos del Archivo

Primero decidimos imitar una conducta que vimos en las lideresas: ampliar el espacio a través de invasiones. Poco a poco nos apoderamos de 30 metros cuadrados de la sala de reclutamiento para destinarlo a nuestra propia sala de consulta. Después volteamos a ver a una regidora. Ella tenía dos oficinas más o menos grandes. La convencí para que nos diera oportunidad de meter una oficina y, lo más importante, nos compartió el baño.

 

En relación al personal, empezamos por uno y terminamos con diez. Todos trabajamos en equipo. Comenzamos con el señor Ildefonso Dávila y salimos adelante gracias a un grupo de gente que trabajaba en el Ayuntamiento; entre ellos, Fernando Morales, que era de Tesorería. Él nos llevaba los cheques, porque el Archivo no estaba en nómina. Otros compañeros nos ayudaban a conseguir mobiliario, otros me daban chance de entrar a platicar con el alcalde.

 

En relación al mobiliario, teníamos varias mesas para consulta, sillas y anaqueles. El equipo era, sobre todo, una máquina Olivetti. Cuando decidimos publicar los catálogos, que representaba un gasto extraordinario, el alcalde me dijo que me darían una máquina maravillosa: una Remington 1944, que se utilizó para los catálogos. Se organizaron los fondos por primera vez. Se trabajó con una técnica nueva que era respetar el orden original de los documentos y el principio de procedencia que aún existe y permite que se organice un archivo de manera profesional.

 

Mecanografiamos varios catálogos. Publicamos y difundimos el trabajo del Archivo Municipal en la comunidad y en reuniones nacionales e internacionales. El Archivo se inauguró el 20 de diciembre de 1984. ¿Qué resultados obtuvimos? Se catalogaron nueve fondos documentales: Presidencia Municipal, Actas del Ayuntamiento y Jefatura Política, entre otros. Por primera vez se dio pie de organización en los Archivos de Trámite y de Concentración. En ese entonces nosotros ya trabajábamos en común acuerdo con el AGN y el Sistema Nacional de Archivos.

 

El espacio se convirtió en un acervo disponible para su difusión: sala de consulta, área de trabajo, baños, anaqueles, ficheros y cajas con flamantes carátulas que se conservan hasta el día de hoy. Teníamos personal que ya trabajaba para el Archivo Municipal y colaboradores del servicio social. Había una sola secretaria, pero logramos que el alcalde nos diera dos secretarias más para la elaboración de los catálogos.

 

El día de la inauguración se hizo un gran evento. Llegaron autoridades, como el gobernador, la directora del AGN. Instalamos una exposición. Logramos transformar un archivo que, a pesar del trabajo realizado por archivistas que nos antecedieron, se encontraba, hacia 1982, sin orden, sin organización y sin usuarios. El resultado fue un archivo abierto a la comunidad y a los usuarios de México y del extranjero.

 

El Archivo ha recorrido una distancia de 30 años. Hoy se hace una tarea muy distinta a la de aquellos tiempos. Hay una producción excesiva de documentos, hay desorden, en su mayoría en los Archivos de Trámite y Concentración. La instalación de la democracia, con todos sus defectos, exige la transparencia y la rendición de cuentas. El gobierno tiene que rediseñar las instituciones, las leyes, las funciones, los servicios. Tenemos que afrontar el problema de nuestra memoria. Los archivistas debemos renovarnos, con capacitación, con nuevos conocimientos.

    

Comparto tres reflexiones que considero estuvieron presentes en los archivistas que me antecedieron y en todos aquellos que trabajamos en su reorganización: los archivos no son una base de datos, sino una institución de cultura: la generan; toda la historia de la comunidad, toda la identidad que nos constituye. La memoria es la forma en que una colectividad recuerda su pasado y busca proporcionar una explicación del presente; darle sentido al pasado con preguntas del presente. El Estado finalmente no sólo se conforma con un territorio, conceptos jurídicos o razones administrativas, sino que representa la organización de un grupo humano que encuentra puntos de referencia sobre su vida en común. De esa vida en común dan cuenta los archivos.

 

 

Trascripción: Iván Vartan Muñoz Cotera

Corrección y edición del texto: Mesa del Departamento Editorial

 

*Conferencia dictada por la maestra Martha Rodríguez García, el 4 de diciembre de 2014,

en el marco de festejos del treinta aniversario del Archivo Municipal de Saltillo.

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