Lo que veréis de Saltillo
Hildebrando Siller
La hora del cronista
Mapa de la Nueva Vizcaya, dibujado por Gerardo Ávila.
Habréis de asistir al nacer de las villas y ciudades: la fundación de Santiago del Saltillo, el burgo colonial y austero cuya Catedral ostenta en la belleza de su arquitectura, como una plegaria de piedra; ciudad guerrera y militar, muy luego centro de mercaderes y de industriales, emporio de ferias y festivales, en que a la postre, se convertiría en santuario de las letras y las ciencias. Y la de Parras, la austera y elegante villa de Santa María, donde los monjes franciscanos donaron a las campiñas el esmeralda de los viñedos pródigos; y Monclova, en cuyo recinto había de albergarse, un siglo después, la procesión desolada de los Padres de la Patria que emprendían ascensión gloriosísima hacia el cadalso…
Contemplad las figuras próceres del coloniaje: hidalgos de altivo porte y ademán dominador; frailes purificados por las virtudes de la piedad y el perdón; guerreros de férreas cotas y pesadas lanzas; togados y oidores graves, empalidecidos por la ambición; bachilleres y estudiantes pletóricos de ingenio y añejo buen humor castizo. Todos forman parte del alma de nacionalidad; y también los hombres de bronce, los de la fabla musical, del vigor indómito, fatalistas y orgullos, sensuales como sus abuelos los Incas, y supersticiosos como su Emperador magnífico: aztecas dúctiles y finos, mexsica-membrudos y ásperos, tlaxcaltecas enérgicos y viriles…
Acudid al desfile pintoresco de aquellos varones: los que fundaron pueblos y villas; los que iniciaron empresas de poderío y de independencia; los que levantaron fábricas de piedad y religión; los que gobernaron y combatieron para dar vida al árbol de nuestra raza, cuyas raíces alientan en el pasado legendario, al cual debemos asomarnos devotamente, para fortificar nuestros amores y enaltecer nuestros blasones. El noble Don Francisco de Urdiñola, el caballero de las audaces hazañas; aquel Don Santos Rojo, casado con Doña Beatriz de las Ruelas, dama de peregrina belleza, piadosa y discreta; los intrépidos capitanes Alonso de León, Francisco de Ibarra, Juan de Tolosa y Antonio Balcarcel Rivadeneyra Sotomayor; los frailes evangelizantes Waldo Cortez, Gavira y Zalduendo; y aquel otro eminentísimo patriota, torturado por la causa liberal, Don Miguel Ramos Arizpe; políticos tan austeros como Don Melchor Múzquiz, Don Agustín de Viesca y Montes, y tantos otros que alentaron vidas ilustres consagradas por la fama.
Tomado del prólogo que escribió Hildebrando
Siller para el libro Monografía histórica de la ciudad
de Saltillo, Imprenta y Litografía Americana,
Monterrey, N. L., 1922, pp. II-III.