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El libro que nos convoca en esta ocasión es motivo de orgullo para todos los saltillenses. Primero porque trata de uno de los grandes personajes de la ciudad de la primera mitad del siglo XIX, iniciador de una amplia tradición iconográfica en nuestra ciudad, Alejandro Víctor Carmona, y también porque se trata de un libro escrito por un saltillense que conoce la ciudad palmo a palmo y que, sobre todo, ha observado y descrito aspectos sobre nuestra población y del perfil de quienes habitamos en ella, con una gran agudeza, ingenio y certeza: Jesús de León.

 

Alejandro V. Carmona fue, sin duda, uno de los más notables fotógrafos de Saltillo. Alrededor de 1916 inició la práctica de tomar fotos de la ciudad, que serían impresas en formato tarjeta-foto, las cuales se distribuirían en el territorio nacional y en otros países, principalmente en los Estados Unidos hasta la década de 1950.

 

Antes de iniciarse en la fotografía, Alejandro V. Carmona se desempeñó como relojero e incluso era el responsable del cuidado del reloj de la capilla del Santo Cristo. Para ponerlo a tiempo, regularmente acudía a la estación de ferrocarril ubicada en el actual Boulevard Francisco Coss. Después de observar la hora en el reloj público de ese lugar, dirigía a la Catedral para poner a tiempo el reloj de la capilla.

 

Alejandro V. Carmona se dedicó a recorrer Saltillo y fotografiar sus edificios, plazas y calles desde distintos ángulos, procurando dar una visión panorámica de cada sitio. Prefería las horas centrales del día, en que la fuerte iluminación del sol le permitía utilizar aberturas cerradas en la lente, de manera que lograba un gran rango de nitidez en la escena o, en términos fotográficos, una gran profundidad de campo.

 

En las primeras décadas del siglo XX, la empresa México Fotográfico, cuya sede se localizaba en la capital del país, comercializaba tomas de distintas ciudades en el formato de tarjetas-foto y marcaba sus imágenes con las inciales MF. Posiblemente motivado por ese tipo de imágenes o para ofrecer una visión propia frente a ese intento hegemónico, Alejandro Carmona decidió realizar él mismo una colección de fotografías sobre nuestra ciudad. Es seguro que inició esta actividad antes de 1918, considerando que la fotografía etiquetada con el número 7 presenta una vista de la calle de Allende, en la que se observa la plaza Acuña y el Teatro García Carrillo; en éste, se observa aún un muro semicircular que fue destruido por el incendio de 1918.

 

Durante muchos años, tuvo su estudio en la actual calle Pérez Treviño, donde se conserva el estudio trabajado por su hijo Carlos y su nieto del mismo nombre. Carmona utilizaba un logotipo en que se mostraba un gato fotografiando, con una cámara de fuelle, un grupo de tres cachorros de gato. Según su hijo Carlos, a su padre “le gustaban mucho los gatos”, al grado que alguno siempre dormía a sus pies en su recámara y quizá ese fue el motivo del diseño

 

En algunas ocasiones, el mismo fotógrafo posaba frente a los edificios que captaba, especialmente en tomas de la Catedral de Santiago. Al parecer, esta práctica la llevaba a cabo con el objeto de mostrar al espectador de la foto las dimensiones de los edificios en cuestión, considerando que él tenía una altura promedio, de 1.70 metros. Si bien algunos fotógrafos del centro del país coloreaban ese tiempo las tarjetas postales, Carmona no ejecutó este tipo de práctica.

 

Las tomas de Saltillo son lo más representativo de su colección, al parecer compuesta por cerca de 300 imágenes en negativos de vidrio y de celuloide. Por motivos seguramente de coordinar la impresión de las imágenes, la mayoría de ellas tenían una referencia al sitio que correspondía la toma y eran numeradas mediante una marca directamente en el negativo (que aparecía en letras blancas en el papel positivo) o mediante el empalme de otro negativo con el título en el sistema llamado de Kodalith (de alto contraste). En su colección es posible observar la numeración hasta 150, aunque hay que considerar que existen más de una decena de fotografías que no fueron numeradas y que en unas cuantas ocasiones aparece el mismo número para representar el mismo espacio, aunque de diferente ángulo. Tal es el caso de un par de imágenes de la Plaza Manuel Acuña, captada desde lo alto del Teatro García Carrillo, en el que un ligero cambio de ángulo llevó al fotógrafo a numerar dos tomas distintas con el mismo número que es el 15. Al igual que un par de tomas que corresponden ambas al número 48 y son vistas ligeramente diferentes de misma la Plaza vista desde el mercado Juárez.

 

Entre las tomas encontramos calles de Saltillo, plazas y edificios. A diferencia de algunas fotos de la empresa México fotográfico, tenemos la impresión de que, en las fotos de Carmona, hay más ausencia de personas, lo que nos lleva a pensar en la importancia que daba al espacio sobre los sujetos o al resultado de haber captado las fotos en horas cercanas al mediodía, cuando la mayor parte de los saltillenses se encontraban en sus hogares por ser la hora de comer. Esta ausencia de personas en los espacios públicos nos recuerda a algunos fotógrafos de otros países como Eugène Atget, quien realizó una sorprendente colección de fotos de París a principios del siglo XX.

 

Carmona también fotografió algunos paisajes de los alrededores de Saltillo. Entre ellos, sabemos de la existencia de una foto de un campesino con su hijo transportando leña en una carreta tirada por una yunta y otra imagen de la carretera entre Saltillo y Monterrey, que tiene como título “Cuesta de los Fierros” al igual que el “Camino del cuatro”, en el ascenso hacia la sierra de Zapalinamé.

 

Además de las tarjetas foto que comercializaba en formato de postal, Carmona realizó una colección llamada “Saltillo de bolsillo”, que consistía en una serie de pequeñas fotografías vendídas en paquete de 10 ó 12 imágenes a un precio accesible.

 

Las fotos de Saltillo eran comercializadas por el propio Carmona en su negocio de fotografía en la actual Calle Pérez Treviño (llamada entonces Iturbide y posteriormente Venustiano Carranza). Las tarjetas-foto fueron enviadas a diversas ciudades de México y algunas de los Estados Unidos. Este último destino, la Unión Americana, coincide con las décadas en que en México se propulsó el turismo y a Saltillo llegaban grandes cantidades de norteamericanos atraídos por las escuelas de verano que ofrecían cursos de español, arte e historia de México, al igual que estadounidenses que iban de paso en su trayecto hacia el centro del país.

 

Hacia los años 1950, Alejandro Carmona concluyó su labor como fotógrafo debido a que prácticamente perdió la vista.  Igual que Eugenio Atget, el fotógrafo de Paris que había perdido la vista a principios del siglo. Entre las últimas imágenes numeradas de Carmona, se encuentran varias tomas del Ateneo Fuente en tiempos de su inauguración, hacia 1933.

 

Su legado nos lleva a ver un Saltillo que se ha transformado y que aparece congelado en la plata sobre gelatina que hábilmente capturó este fotógrafo saltillense.

 

De esta manera, el libro de Jesús de León nos hace descubrir ese universo fascinante de la ciudad, a través de sus fotografías de un periodo en que Saltillo parecía detenido en el tiempo y que, décadas después, sería objeto de grandes transformaciones, debido a la vocación industrial de la ciudad. 

 

Sobre Carmona saca sus datos Recio

—Reseña de Carlos Recio Dávila

Jesús de León, Carmona. Fotógrafo de lo nuestro,

Archivo Municipal de Saltillo / Instituto Municipal

de Planeación Saltillo, Saltillo, 2014, 136 pp.

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